mercoledì 7 aprile 2010

La furia de Kay Kay

“Mucha gente se ríe de estas cosas, dicen ‘son historias de indios’, pero guardan una gran verdad”, subraya Marihuan. Es esa verdad la que este campesino mapuche corroboró la madrugada del 27 de febrero, cuando desde el cerro donde se emplaza su hogar sintió como Tren Tren alertaba nuevamente a los suyos de un gran peligro: Kay Kay, la culebra señora de los mares, se estaba despertando.
PEDRO CAYUQUEO  -  TEMUKO, WALLMAPU  - 07 / 04 / 10

Un gran cataclismo marca el origen del mundo y la vida mapuche. El relato mítico, llamado “Tren Tren y Kay Kay”, hace referencia a una gran inundación que afectó la tierra y que, según sus creencias, volverá a suceder si los mapuches abandonan su cultura y su particular relación de respeto con la tierra. “Allá en el mar, en lo más profundo vivía una gran culebra que se llamaba Kay Kay, un weza newen o fuerza negativa, del desequilibrio y el caos. Los mares obedecían las órdenes del culebrón y un día comenzaron a cubrir toda la tierra. Había otra culebra tan poderosa como la anterior pero que vivía en la tierra. Se llamaba Tren Tren y aconsejó a los mapuches que subieran a los cerros cuando las aguas comenzaran a subir. Así como los mares cubrían la tierra, los cerros comenzaron a crecer. Cuando Kay Kay ya no tuvo más agua disponible, la batalla entre ambas fuerzas terminó. Muchos mapuches no lograron subir a los cerros y se transformaron en shumpall. Finalmente sólo se salvaron cuatro personas, una pareja de ancianos: Kuse (anciana), Fucha (anciano), y una pareja de jóvenes: Ulcha (mujer joven) y Weche (hombre joven). Los ancianos transmitieron sabiduría a los jóvenes y estos a su vez a sus hijos, quienes poblaron la tierra una vez las aguas se retiraron y el equilibrio fue restablecido”.

El relato varia según quien lo cuente, pero el trasfondo es el mismo. “Desde niño se nos cuenta este epew (cuento), para enseñarnos a no olvidar de dónde venimos y cuál es nuestro lugar en este mundo. Somos hijos de la tierra y a ella le debemos gratitud y respeto”, señala Rogelio Marihuan, comunero del sector de Piedra Alta, en la comuna de Tirúa. Rogelio escuchó el mito de boca de su abuelo y lo transmitió más tarde a sus tres pequeños hijos. Reconoce que cada día menos gente lo conoce y que difícilmente llegue a ser enseñado algún día en las escuelas. “Mucha gente se ríe de estas cosas, dicen ‘son historias de indios’, pero guardan una gran verdad”, subraya Marihuan. Es esa verdad la que este campesino mapuche corroboró la madrugada del 27 de febrero, cuando desde el cerro donde se emplaza su hogar sintió como Tren Tren alertaba nuevamente a los suyos de un gran peligro: Kay Kay, la culebra señora de los mares, se estaba despertando.

El maremoto que asoló la costa de Wallmapu, para mapuches como Rogelio, no es el mero capricho de placas tectónicas en pugna, posible de registrar en escalas Richter o Mercalli. Constituyen más bien señales o advertencias, avisos de que los equilibrios entre las fuerzas creadoras del mundo mapuche –resultado de aquella batalla original relatada en el mito- comienzan a tambalear. Por ello esa madrugada, mientras tres grandes olas arrasaban a pocos kilómetros de su hogar con Isla Mocha y la localidad costera de Tirúa, Rogelio reunió a su familia y caminó hacia los sectores más altos. No fue el único. A su lado, iluminados por la luna llena, decenas de campesinos y pescadores mapuche-lafkenches miembros de su comunidad hacían lo mismo. Ninguno cargaba con bienes materiales. Una vez en la cima y con la silueta de Isla Mocha iluminada por la luna a sus espaldas, dieron paso a una rogativa tradicional. Al son del kultrún y la pifilka, Rogelio y los suyos danzaron y ofrecieron sus alimentos como ofrenda a los ngen (fuerzas) de la tierra hasta que el sol iluminó a lo lejos el desastre. Tirúa, la histórica comuna administrada por sucesivos alcaldes mapuches, estaba prácticamente en ruinas. Responsable del desastre habían sido las tres olas gigantescas que, entre las 4 y las 6 de la madrugada de aquel fatídico día, ingresaron al poblado por la desembocadura del río, arrasando literalmente con todo a su paso, incluido el edificio de la Municipalidad, una plazoleta ceremonial orgullo de las comunidades de la zona, y una franja de al menos tres o cuatro cuadras de viviendas y locales comerciales.

Fueron decenas las comunidades mapuches que tras el maremoto se reunieron en nguillatunes y rogativas. Si bien las más afectadas fueron aquellas situadas en el lafkenmapu (sector costa del País Mapuche) en todo el territorio se convocaron ceremonias para aplacar la furia de Kay Kay. “En general, la gente mapuche de la costa se refugió espiritualmente en el mismo mar ya que es al mismo ngenlafken a quien se le consulta lo que vendrá. Por ejemplo, mucha gente una vez que terminaron los temblores, al amanecer se dirigieron a los cerros cercanos al mar o a la misma orilla a realizar ofrendas y oraciones, llellipun, para preguntar a Mankian y al NgenLafken, qué es lo que se viene... eso a nivel individual o familiar. Luego desde lo colectivo, muchas comunidades o rewe, comunidades agrupadas, se reunieron y realizaron la ceremonia del lefkontupurun, que corresponde a la oración comunitaria cuando acontecen situaciones complejas o tristes”, señala Jaqueline Caniguan, poeta y lingüista de Puerto Saavedra. Hija de una destacada machi del territorio lafkenche, Caniguan vivió el terremoto junto a su familia en el sector La Caleta. Allí se emplaza su hogar. A los pies del cerro Wilke. A solo escasos metros de la playa.

Paradojalmente, los daños provocados por las tres grandes olas en Saavedra fueron mínimos, a diferencia del maremoto del año 1960 que arrasó totalmente con la ciudad-puerto, obligando a su posterior refundación en los cerros. Jaqueline no vivió aquel suceso, pero si Margarita, su fallecida madre. Fue esta quien le enseñó que siempre la tierra advierte a sus hijos del peligro inminente. “Ella me decía: siempre la naturaleza avisa, hay señales que vienen a través del pewma, los sueños, también otras que uno puede identificar en la misma naturaleza, por ejemplo el brote de las aguas o lo que sucede con los peces”, nos dice. “¿Quién se ha acordado de la gran mortandad de peces que hubo hace un tiempo en Queule?”, se pregunta Jaqueline. “¿O los sueños revueltos que uno mismo tenía semanas previas?... Pero bueno, un buen remezón sirve tal vez para retornar a la ciencia de nuestros pueblos originarios. Ya vimos en estos días que se corta la luz, no sirve el teléfono celular ni nada... Habrá que recurrir entonces al uso de los aliwen para transmitir mensajes, ver si las vertientes brotan o si los pozos se secan repentinamente, escuchar más el aullido de los perros y todas esas cosas que les decimos supersticiones, pero que sabemos en alguna época correspondían a observaciones serias, efectivamente científicas”, subraya.

Para Jaqueline, el terremoto y posterior tsunami ha dejado una gran lección. “He escuchado lo que los viejitos están diciendo en sus oraciones y una de las cosas que más me han impactado es cuando ellos dicen ‘que este temblor haga temblar nuestros corazones, para que aprendamos a escuchar con el corazón, con el pensamiento, con la cabeza’... Hoy los mapuches no sabemos "ver" las señales que se manifiestan en la misma naturaleza. ¡Y esto siempre va a suceder!, la tierra se manifiesta enviando señales que si uno las sabe interpretar, evita que sucedan catástrofes... La tierra es muy sabia, si creemos en el concepto de una madre, entonces, las madres siempre advierten a sus hijos, para que no sufran, pero sucedió que en esta ocasión los hijos somos sordos y hemos perdido la capacidad de `ver más allá’, de ‘leer la naturaleza’. Los mapuches antiguos eran certeros científicos que podían leer con precisión estas acciones de la naturaleza, por eso ordenaron el tiempo y sus detalles, establecieron la redondez de la tierra mucho antes que en Europa, identificaron los ciclos de la tierra, sus estaciones, etc…, somos nosotros, las nuevas generaciones, quienes estamos quedando ciegos frente a todo ello”, lamenta Caniguan.

Tras el maremoto del año 60’, el más devastador del que exista registro en el planeta, las comunidades no solo organizaron nguillatunes y rogativas. También tuvo lugar un polémico sacrificio humano que mucha gente relaciona hoy con una leyenda local. Pero este sacrificio tuvo lugar. Ocurrió al atardecer del 22 de mayo, un día después del fatídico maremoto que también arrasó con el puerto fluvial de Valdivia. Aquella tarde José, un niño de 5 años, con la venia de su padre, fue sacrificado por la machi Luisa María Namuncura y lanzado al mar en el sector de Collileufu. Unos dicen que fue lanzado entero. Otros, que fue desmembrado. Lo cierto es que su cadáver nunca fue encontrado. La machi, junto a su hermana Juana, al abuelo del menor, Juan José Namuncura Paiñao y Juan Paiñao, quien habría lanzado al niño al mar, fueron más tarde detenidos y condenados por la justicia chilena. El fallo fue dictado por el entonces juez subrogante Ricardo Aylwin, primo del ex primer presidente de la Concertación. El caso rápidamente alcanzó connotación internacional. En su estudio tuvo participación incluso el hoy desaparecido Instituto Indigenista Interamericano, con sede en México, en tanto la Corte Suprema de Justicia nombró en aquellos años una comisión de antropólogos, integrada entre otros por el sabio lituano Alejandro Lipschutz para que analizara el hecho y evacuara un informe.

La conclusión a que se llegó fue que el sacrificio del niño obedeció a una práctica cultural. Absolutamente extrema, pero cultural al fin y al cabo. Y es que en la cosmovisión mapuche, mientras más grave sea la acción hacia el ser humano, más grande debe ser el sacrificio para restablecer el equilibrio roto entre las fuerzas en pugna. Así lo consignaron los investigadores y así lo comprendieron las autoridades de la época. Producto del informe, la machi fue liberada de responsabilidad y con ella las demás personas que habían participado del ritual. Pese a ello, todos pasaron largos años en la cárcel de Imperial antes de ser liberados. Se cuenta que hasta el día de su muerte, la machi nunca entendió por qué la justicia los acusaba de asesinato. Y los habitantes de Saavedra, sus vecinos, de practicar la brujería. Jaqueline conoció la historia de boca de su madre. Y la recuerda con profunda tristeza. “Ese sacrifico está presente en la memoria colectiva de la zona del Budi. Fue realizado por una machi quien soñó que debía hacerlo. Mucha gente mapuche no reaccionó favorable a esa acción. Hasta hoy genera polémica. En lo personal me causa mucha tristeza, porque conozco las canciones que relatan la historia y son muy tristes, porque en ellas se cuenta como el pequeño que fue sacrificado rogaba que no lo mataran. Para mi es un recuerdo doloroso”, finaliza.
 
* Reportaje publicado originalmente en Revista Punto Final / www.puntofinal.cl

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